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La sexualidad que nos escandaliza


Un papelón de corte mundial, protagonizado en la cámara de diputados, que nos distrae de los debates importantes que nos debemos como sociedad.

Imposible no sentir vergüenza ajena por el comportamiento del diputado salteño quien, tras una desafortunada escena de sexo oral en plena sesión de la Cámara de Diputados de la Nación, se ganó su salida anticipada.
Lo disparatado fue, acto seguido, el tratamiento de los propios diputados y de los medios de comunicación. Que si no había sido más vergonzoso aprobar paquetes de leyes enviados por el expresidente Macri. Que si nadie tenía en cuenta los antecedentes por presunto acoso sexual del propio diputado hacia una menor.
Como bien señaló mi colega Edgardo Litvinoff, no fue un escándalo sexual ni se trató de un manoseo ni de un abuso. Fue un acto privado con su pareja –o una mujer adulta, con su consentimiento– que, de manera irresponsable e involuntaria, transformó en un acto público.
Lo preocupante es que la repercusión en la opinión pública no se haya fundado en las supuestas idoneidades que debería tener el legislador en cuestión sino en haber hecho “público” un acto sexual que debería haber reservado para su intimidad.
Besar una teta -pareció- más grave que ser un chanta, un corrupto, o un inútil para todo servicio. Nadie preguntó cómo llegó un personaje como ése o como cualquier otro a ocupar un escaño en la cámara alta.
¿No sería hora de revisar los antecedentes de los candidatos o de subir los requisitos para dificultad que cualquiera acceda o limitar la cantidad de períodos en que alguien puede ser legislador?
Nadie reparó, en este caso, que con la renuncia Juan Emilio Ameri dejó abierta la puerta para ocupar cualquier otro car-go público. ¿No hubiese sido mejor expulsarlo y limitarle futuros cargos públicos?
Era necesario mirar un poco más allá del erotismo, de ser menos pacatos, y más reflexivos en el juicio sobre el caso. ¿No?.

Claudio Minoldo

Claudio Minoldo

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