Seamos justos con nuestra historia y declaremos que somos culpables de la mayoría de nuestros males. Urge encontrar motivos para diagramar juntos otro destino.
Ninguno de ellos lo hará, sin nosotros. Ninguno podrá hacernos salir en ninguna dirección si seguimos empeñados en marcar diferencias y mantenernos en orillas distantes.
Es hora de que nos hagamos cargo de que venimos eligiendo mal y podemos discutir modelos o lo que se les ocurra, pero nadie puede discutir que hemos fracasado contra la inflación y no hemos logrado que nuestra moneda deje de devaluarse frente al dólar.
Es hora de que nos hagamos cargo de la vergüenza de saber que somos un país que produce alimentos, pero en el que tres de cada diez compatriotas pasa hambre.
Que nos hagamos cargo de que los matices entre el negro y el blanco son centenares y que no hay únicamente dos opciones entre las que elegir.
Es hora de que nos hagamos cargo de que hemos sido infantiles, crédulos, que hemos puesto atributos mágicos a personas ultra comunes, que creímos sostenidamente en mesías que sólo nos han ido empujando al precipicio.
Ninguno hará que 2020 sea mejor, y quizás ninguno pueda hace que 2021 sea mejor. Tal vez sea hora de pensar que el éxito, como decía el Primer Ministro británico Winston Churchill, sólo sea la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.
Es hora de pensar en que tenemos que aprender de nuestros errores, hacernos cargo de ellos, y tratar de no repetirlos.
Porque en este estado de fragilidad en la que nos encontramos, cualquier estornudo nos hace un 20 por ciento más pobres, y cualquier ola menor nos hunde un poco más.
Tal vez sea mejor quitar la idea de “legarles un futuro a nuestros hijos y nietos” y trabajar para que tengan un mejor presente. Tal vez sean ellos la razón que necesitamos para caminar juntos hacia algo distinto y superador, sin las divisiones ni grietas actuales.

Claudio Minoldo
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